Porque siempre nos gustaron los deslices de las clases altas, en honor al rugbier mendocino atropellado por su novia recordamos este fragmento de Con la sangre en el ojo, donde también hay nenes ricos con súper poderes.
"Por la puerta del club entraban y salían ancianos
vestidos con ropas deportivas; ingenieros, médicos y abogados que más temprano
que tarde irían a parar a algún geriátrico cinco estrellas. Balestra controlaba
el ir y venir de los más jóvenes, en especial de los que podían ser compañeros
de Lautaro Álvarez Campos y de las adolescentes inquietas con breves falditas
de hockey.
A las cinco y diez, Álvarez Campos salió rodeado
de amigos, se despidió de ellos en la puerta y se alejó del grupo en dirección
a donde estaba Balestra. Él lo vio venir en el espejo retrovisor, y tuvo que
contenerse para no salir dando un portazo y sujetarlo del cuello. Al fin,
cuando pasó delante suyo y se agachó para quitarle el candado a una moto, Balestra
bajó del auto sin hacer ruido.
¿Lautaro?
El chico se incorporó.
¿Sabés
que mi mamá tenía un peluquero puto que se llamaba Lautaro? Le decían Lauti…
Medía dos cabezas menos que Balestra, pero eso no
parecía importarle:
¿Perdiste
algo? – dijo.
No,
vos perdiste algo. La billetera, ¿no?
Al ver la billetera que Balestra tenía en la mano,
Lautaro Álvarez Campos se puso más pálido de lo que ya era; sus pecas
resaltaron, como si formaran parte de algún detector de problemas. Miró hacia
los costados y cuando estaba por escapar, Balestra le apoyó una mano en el
hombro; de lejos podían pasar por padre e hijo, de cerca todos hubieran notado
la cara de dolor del chico. Balestra le apretaba con fuerza y le hablaba con
tono burlón:
Quiero
saber el nombre de los otros pibes…
¿Qué
pibes? Soltá, soltame… ¿sabés quién es mi papá?
Me
chupa un huevo tu viejo, tu vieja y la puta que te parió. No te hagás el
pelotudo. Decime quiénes son los otros.
¿Sos
policía?
Peor.
Pasó un auto, y el chico intentó gritar pero
Balestra calló su grito con una carcajada y saludó al conductor.
Sos
más puto que el peluquero de mi vieja. Quedate tranquilo, por ahora no te voy a
hacer nada… ¿Cuántos son?
No
sé. No sé. En mi brigada somos cuatro.
¿Brigada?
Sí…
nos dividimos en brigadas.
A Balestra empezaba a enojarlo tanto misterio.
Pisó uno de los pies de Lautaro Álvarez Campos con su zapato número cuarenta y siete,
y preguntó:
Entonces
decime quiénes son los otros tres… deben reunirse en algún lado, ¿no?
¿Qué?
No, no los conozco, todo es por teléfono, mensajes, o por chat. Y cuando nos
vemos tenemos las máscaras puestas…
Esperaba encontrarse con una secta de fanáticos del
Opus Dei que se reunía en una mazmorra, y apenas eran niños mandando mensajes
de texto desde el living de su casa, tal vez a la hora de la cena, delante de
sus padres. Pisó un poco más fuerte, y como si se tratara de una de esas
muñecas que hablan cuando se les presiona la panza, el chico comenzó a gemir.
Un nuevo grupo de falditas se acercaba por la
vereda. Una hizo un comentario que provocó la risa de las otras; miraron a Lautaro
Álvarez Campos y murmuraron entre ellas. Balestra bajó el brazo, y después encendió
un cigarrillo para despistar. Al pasar junto a ellos, las chicas saludaron a Lautaro
a coro. Pero él ya no estaba: al mejor estilo James Dean, había aprovechado la
distracción de Balestra para subirse a la moto y escapar, dejando tras de sí un
detective furioso y un club de fans excitado. Con fastidio, Balestra se agachó
para tomar el enorme celular de pantalla digital que Álvarez Campos había
dejado caer sin darse cuenta, apurado por escaparse."
No hay comentarios.:
Publicar un comentario