La primera anécdota que Hanka recuerda de su vida es ese mismo grito que escucharon los chicos de la ORT hace unas semanas en su viaje de egresados: "Judíos de mierda". Acá, una escena breve de la novela que sale en noviembre, HANKA 753, por Editorial Sudamericana. 84 años después, la frase se repite como un mantra y demuestra, una vez más, que la única patria de la ignorancia, la discriminación y el fascismo es la Humanidad.
Familia Dziubas, Polonia, 1933.
"Oyeron unos pasos, golpes de zapatos quitándose la nieve, y Hanka se incorporó
de un salto dejando caer el álbum y las figuritas. Cuando se abrió la puerta y
se recortó la figura alta, envuelta en un abrigo largo y pesado, con la cabeza
cubierta por un sombrero y la barba larga que comenzaba a encanecerse, corrió a
abrazar a su padre.
Mordejai
la tomó de las mejillas, le olió el cabello y luego le besó la frente. A medida
que se quitaba las capas de abrigos que lo habían protegido del frío y el
viento, fue saludando a cada uno de los hijos y preguntándoles cómo les había
ido en sus actividades del día. Al fin, los miró de nuevo en silencio.
- ¿Hela?
- Todavía no regresó de la universidad – dijo Malka.
Si
bien él no solía imponer muchas cosas, las dos normas que regían la casa eran
inobjetables: cada uno debía ocupar su tiempo en las aulas de las escuelas, y
todos debían estar sentados a la mesa a las ocho en punto para compartir la
cena familiar. Mordejai consultó su reloj: aún eran las siete.
-
Entonces tenemos unos
minutos para mirar las figuritas escuchando cantar a Malka – contestó Mordejai,
acariciando una de las trenzas de la pequeña Hanka y mirando a su hija mayor.
Malka
comenzó a cantar con esa dulce voz que parecía embellecer el aire, la casa,
Polonia entera, mientras su padre ocupaba el sillón de la sala y sentaba a
Hanka sobre sus rodillas para, en susurros, con la voz de Malka de fondo,
contarle que en los bosques de Europa existían unas ardillas voladoras capaces
de saltar más de treinta y cinco metros de un árbol a otro.
- ¿Y sabés por qué saltan?
Entornó
los ojos con fuerza, como si ese gesto la ayudara a acelerar su pequeño cerebro
de tres años en busca de una respuesta que sorprendiera a su padre.
- ¿Para escapar?
Mordejai
sonrió, orgulloso.
- Muy bien, Hanki. Cuando algún depredador quiere atraparla, la ardilla salta de un árbol a otro.
- ¿Qué son los depredadores?
Pero
entonces Mordejai abrió los ojos de par en par y Malka dejó de cantar al escuchar
los gritos que llegaban desde afuera.
- Judía, judía – decía alguien en polaco.
De
inmediato, Mordejai bajó a Hanka de sus rodillas y se incorporó. Seguido por
sus hijos mayores, se acercó a las ventanas.
- Hela – gritó Mordejai.
Bernardo
y Abraham se apuraron en abrir la puerta. En el vano, recortada en la
oscuridad, Hela lloraba en silencio sosteniendo sus lentes destrozados.
Bernardo y Abraham salieron sin detenerse a mirar a su hermana, soltando
insultos a los niños que corrían hacia su casa cargando el cajón con las
estatuillas de yeso.
Cuando
volvieron a entrar, Bernardo y Abraham se acercaron a su hermana, que estaba
sentada junto a su padre.
- ¿Estás bien? – preguntó Mordejai, mirando detenidamente la pequeña herida que Hela tenía en la frente.
- Sí, pero me rompieron los lentes – decía Hela, preocupada.
- ¿Qué te hicieron? – quiso saber Bernardo.
- Me tiraron piedras. Nada más – dijo Hela, y bajó la voz al ver el gesto persuasivo de su padre, que señalaba a Hanka con los ojos para que Hela dejara de hablar.
- Vamos a buscarlos – dijo Abraham, tomando el palo de una escoba.
- Acá nadie va a golpear a nadie – dijo Mordejai con un tono que no dejaba lugar a otras opiniones. Y sosteniendo la mano de Hela, agregó: - Mañana compramos otro par de lentes para que puedas seguir estudiando. - Al fin, mirando en derredor, dijo: - Y ahora cenemos, por favor.
Nadie
dijo nada. Lentamente, los siete hijos fueron ocupando sus lugares y esperaron
que Mordejai se lavara las manos y bendijera la mesa con ese ritual que se
repetía cada noche. Sin embargo la tensión era tan palpable como la nieve que
cubría lo vereda, la calle y todo Lodz.
En
un momento, pudo oír que Malka le decía a Bernardo:
- Son todos católicos, los vecinos. No podemos hacer nada.
- Lo mejor es seguir con nuestra vida sin molestar a nadie – dijo Mordejai -, y ustedes deben dedicarse a sus cosas, estudiar, crecer… si hacen eso, van a tener una vida digna y van a poder mudarse a otro barrio.
- Siempre igual. Escapando… – murmuró Bernardo, temiendo la reacción de su padre.
- Como las ardillas voladoras – dijo Hanka, sonriendo.
- Como las ardillas voladoras – dijo Mordejai, sin sonrisas, buscando ocultar sus verdaderos pensamientos."
Ya me enamoré de esta historia.
ResponderBorrarExcelente fragmento, me hace sentir parte de la familia de Hanka, cuántas sensaciones... Gracias!!!
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