"Pero
en noviembre de aquel año el futuro comenzó a oscurecerse por las noticias alarmantes
que llegaban desde el oeste. Hanka había ido a disfrutar de las primeras
nevadas que ya habían congelado el lago. Desde el borde de aquel espejo de
hielo donde en primavera y verano nadaban los gansos y los patos, miraba a su
hermana Raquel deslizándose sobre sus patines junto a Jacob. Las veces que ella
misma había intentado patinar se había caído, sufriendo raspones en las
rodillas y un intenso dolor en la cintura. Ahora se conformaba con mirar a su
hermana patinando con su amigo, dibujando círculos concéntricos, extrañas figuras
que parecían formar un mensaje oculto sobre la superficie helada del lago.
Aburrida,
comenzando a sentir el frío del atardecer, le pidió a Raquel que regresaran. Su
hermana la miró con enojo, mostrando todas sus ganas de permanecer allí,
deslizándose sobre el hielo. Pero ella tampoco podía oponerse a los pedidos de
Hanka, y así fue que se despidió de Jacob, se quitó los patines y comenzó a
andar en dirección a la casa.
Al
llegar las sorprendieron dos cosas: que su padre estuviera allí a esa hora, y
que estuviera hablando con Samuel, el joven que trabajaba de dependiente en una
fábrica textil de unos judíos ricos del barrio.
Saludó
a su padre y dejó de caminar, con la firme intensión de quedarse con ellos. Pero
Mordejai le ordenó que entrara con Raquel. Así lo hizo, sin protestar, aunque
al cerrar la puerta se quedó allí parada, en silencio, para oír la
conversación.
- Pero, ¿estás seguro, Samuel? – preguntaba su padre.
- Sí, señor Dziubas. Primero marcaron las tiendas judías e impidieron que los alemanes entraran a comprar. Hoy, en la radio de mi patrón escuchamos que comenzaron a incendiar sinagogas y a quemar libros, además de perseguir y golpear a todos los judíos que encontraban – dijo Samuel, con un tono entre apasionado y furioso.
- No puede ser cierto. Los alemanes no son como los rusos – protestó Mordejai, confundido.
- Es lo que escuché, señor Dziubas.
- Ojalá sea mentira, Samuel. Ojalá sea mentira.
- Es la verdad, señor Dziubas. ¿Podría prestarme diez zlotys? Ya sé que todavía le debo los quince de la semana pasada, pero… - ahora Samuel se retorcía las manos. Hanka no podía verlo, pero conocía el gesto porque más de una vez lo había visto pedirle plata a su padre.
- Tomá, Samuel. Y no creas todo lo que escuchás. Alemania no es Rusia.
En
los días siguientes Mordejai tuvo que aceptar no sólo lo que había escuchado
Samuel, sino cosas peores que le habían contado los empleados de su fábrica.
Luego de incendiar templos, tiendas y escuelas judías, y de matar a unos cuantos,
Alemania estaba expulsando a todos sus ciudadanos de origen judío. En Lodz decían
que familias enteras se dirigían a Polonia desde el oeste, buscando refugio al
otro lado de la frontera alemana. Pronto, la ciudad se convirtió en un lugar de
paso para esos exiliados que llegaban confundidos, no sólo por el futuro que
les esperaba, sino por la reacción de sus propios vecinos y gobernantes,
porque, ¿acaso ellos no eran tan alemanes como los católicos? Esos temores, esa
confusión, era apenas la semilla que crecía entre las sombras y pronto
extendería sus garras por todo el continente europeo."
HANKA 753. Editorial Sudamericana. 2017.
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