Esta vez había muchísimos chicos y chicas de 3º, 4º y 5º año.
La mayoría de ellos había leído la novela de Nusia y Slawka y me esperaban en silencio, quietos, interesados, sin mirar sus celulares (algo desmiente a muchos adultos). Conversamos durante mas de una hora sobre mis charlas con Nusia, sobre la Segunda Guerra, el Nazismo, los sobrevivientes, de Mira y Hanka y, un poco, solo un poco, de literatura. Como me gusta a mí, nos concentramos en las pequeñas particularidades de la vida de Nusia, Mira y Hanka, esas particularidades individuales que le dan verdadera dimensión a los grandes hechos de la Historia.
Cuando terminamos de conversar, se vino el malón hacia la mesa donde estaba. Ya sin la rigidez de un acto escolar (todos fuimos adolescentes), empezaron a hacerme preguntas, a decirme qué cosas los habían conmovido de Nusia, de la novela. Después, me pidieron que les dedicara los libros, que les firmara papelitos sueltos, que me nos sacáramos fotos para recordar el momento. Sinceramente, me alegró y me conmovió al mismo tiempo: esto de escribir es muy solitario, pero cuando te encontrás con los lectores te das cuenta de que al fin y al cabo no estás solo en esto. Y más todavía si esos lectores son tan inquietos, tan sinceros, tan divertidos como los alumnos del Sagrado Corazón.
A todos ellos, miles de gracias. Me hicieron sentir más importante de lo que soy y rescataron desde el fonde de los 41 años que tengo al alumno secundario que fui.
También, quiero agradecerles a los profesores de literatura Andrea Caramuta, Isaac Castro, Adriana Pérez y Laura San Martín, a las amigas Gabriela Verdiccio y María Inés Natale, y a todas las autoridades de la escuela, que tan bien me trataron. Ya nos veremos otra vez.
Las fotos (geniales) son de Adriana Perez.
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