"Recordaba haberlo visto antes, en los diarios y en la televisión. Álvarez
Campos era un juez exitoso que lentamente estaba construyendo una carrera
política que apuntaba alto, muy alto. Ahora estaba apoyado contra una pared,
pero al ver entrar a Balestra y al comisario recuperó la postura solemne que
exigía su propia investidura.
Dio un paso adelante.
-
Detective
Balestra.
-
Su señoría.
-
Me decía el
comisario que todo fue un malentendido… mi hijo se asustó mucho con su…
interrogatorio.
-
No era mi
intención.
-
¿Y se puede
saber qué quería preguntarle?
-
Estoy
haciendo una encuesta sobre pasatiempos de los adolescentes del Siglo XXI… no
sabe la imaginación que tienen…
Domínguez se llevó una mano a la frente. Álvarez Campos dio otro paso hacia
Balestra.
-
¿Qué quiere
decir?
-
Lo que usted
ya sabe: que su hijo juega al exterminador de linyeras.
-
Escuchame,
Balestra. Mi hijo no hace esas cosas. Me juró que él no le pegó a nadie.
-
Entonces le
gusta mirar.
-
Ya le dije
que eso no se hace.
-
¿Lo puso en
penitencia?
Domínguez le hizo una seña, pero Balestra no entendió qué quería decirle. Álvarez
Campos había vuelto a acercarse.
-
Mirá,
Balestra, te voy a ser sincero. Yo estuve preguntando por vos y... Te estoy
avisando. Yo sé que mi gobierno no está en las mejores relaciones con el de tu
país, pero sería un gesto de acercamiento diplomático detener y extraditarles
un represor uruguayo. Viste que eso está de moda, ¿no?
Balestra miró a Domínguez, que asintió con amargura.
-
Sé que fuiste
policía en Montevideo durante la dictadura, sé quién fue tu papá, sé las cosas
que hicieron juntos, sé por qué te fuiste… Mirá que si tengo que armarte una
causa por torturador para sacarte del medio lo hago en menos de cuarenta y ocho
horas… ¿sabés qué bien me vendría denunciar a un represor uruguayo en pleno
conflicto por las papeleras?
-
Yo no soy
eso.
-
¿Estás
seguro?
Balestra
guardó silencio.
-
Vos sos lo
que la prensa diga.
Luego de atacar, Álvarez Campos dio un paso hacia atrás sin dejar de
mirarlo a los ojos.
-
Por favor, señor
juez, no hace falta llegar a eso – intervino Domínguez – Álvaro no va a
molestar a su hijo porque todo fue una confusión.
Desde su metro sesenta, el tucumano intentaba captar la atención de
aquellos dos hombres altos que se amenazaban. Balestra guardó silencio. Pensaba.
No podía especular con que sus excusas sirvieran de algo frente a la que podían
inventar los creativos publicitarios de Álvarez Campos. Lo sentía por el Rengo,
pero su participación en el asunto estaba terminada.
-
De mi hijo, te
olvidás, ¿me entendiste?
-
Perfectamente.
-
¿La billetera?
Domínguez
pareció recuperar su color pardo al ver que el detective le entregaba la
billetera al juez.
Al
parecer, el pequeño mata linyeras no se había dado cuenta de que el celular se
le había caído delante de él.
-
La denuncia,
señor… - murmuró Domínguez.
-
Ya mismo les pido
a mis abogados que la retiren. Buen día, caballeros.
Saludó a Domínguez y al mismo Balestra con naturalidad, como si hubieran
estado jugando a las cartas. Salió y afuera se le pegaron los guardaespaldas
que lo estaban esperando en la puerta. Al ver cómo se alejaban, Balestra pensó
en los peces que viven pegados a tiburones, alimentándose con sus sobras. Pero Domínguez
no estaba para demasiadas metáforas, así que Balestra se ahorró el comentario.
-
Si querés
hacer beneficencia andá Cáritas, pero te olvidás de los linyeras, ¿me
entendiste? Quedate en el molde, Alvarito, yo sé por qué te lo digo.
-
¿Qué sabe Álvarez
Campos?
-
Todo.
Balestra se había sentado, y se secaba las palmas de las manos en el
pantalón.
-
Vos casi que
no hiciste nada, pero tenés el culo sucio. Te pueden acusar de lo que se les
ocurra. Como si lo que hicimos hubiera sido una decisión nuestra… Hijos de
puta, se la agarran sólo con los uniformes… No respetan a nadie. Tengo compañeros
que no pueden salir a la calle porque la gente les grita cosas…
Balestra
se incorporó, furioso.
-
No es lo
mismo.
-
Vos sabrás,
Alvarito. Yo sólo te aviso."
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