“Usted lo siente porque tiene buen corazón. Pero ellos no lo
sienten. No necesitan sentimientos. Tienen razón, porque desde niños han sabido
que el mundo estaba hecho a su medida y bastaba con entenderlo desde sus
propios intereses. Ella era igual, me refiero a Celia, pero tenía un no sé qué
de frágil. No era un tiburón. Era frágil. A veces les sale gente así, parásitos
que alimentan y ocultan para que no haga el ridículo la clase social o la raza,
porque ya son una raza, vaya si son una raza. Una clase social tan cínica, tan
dominante acaba convirtiéndose en una raza y te lo escupen a la cara, palabra
por palabra, gesto a gesto: no eres de los nuestros, aunque tú valgas cien
veces más que ellos y te hayas rotos los codos para saber tanto como ellos, lo
mismo que ellos, más que ellos. Pero por mucho que aprendas, nunca llegarás a
saber lo que verdaderamente les distingue, una capacidad de aprecio a sí mismos
y de relativización de lo ajeno para la que nosotros no estamos dotados. Por
fuertes que consigamos ser, aunque tengamos dinero, incluso cultura o poder,
seguimos pidiendo perdón por haber nacido.”
Los dueños del mundo vuelven a aparecer en “Los pájaros de
Bangkok”, otra buena novela de la serie Pepe Carvalho. Casi un tratado
filosófico contra esa gran mentira que es la meritocracia. Vázquez Montalbán se
mete de lleno contra el turismo sexual y la utilización de los cuerpos, los
sexos, los suvenires, la filosofía y la comida thai por parte de los
occidentales que coquetean con la sordidez cinco estrellas en medio de la
sordidez estrellada de los pobres. Y lo hizo treinta años antes de que Houellebecq
publicara “Plataforma”, aquella novela escrita para los que sienten “que el
mundo está hecho a su medida”.
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